Cuaresma y Semana Santa
Juan 18, 1-19. 42. Viernes Santo. Miraré a Cristo crucificado y le pediré perdón por mis pecados y la gracia de corresponder a su Amor.
Por: H. Óscar Ramírez | Fuente: Catholic.net
Reflexión
La sangre, los golpes y las humillaciones de la Pasión nos pueden conmover fuertemente, pero no fueron esas las condiciones por las que Jesucristo nos alcanzó la salvación. Las sufrió, sí, pero lo que nos alcanzó el perdón fue la obediencia incondicional al Padre, ese «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad» (Mt 26, 42). En nuestra vida diaria podemos ser redentores con Cristo si nos dedicamos con totalidad a hacer la Voluntad del Padre en nuestra vida. Salvaremos nuestra alma y la de los demás en la medida en que nos entreguemos a realizar lo que Dios quiere de nosotros. Para ello hay que subir a la cruz como lo hizo Cristo, es decir, solo desnudándonos de nuestra soberbia, de nuestra vanidad, de nuestros gustos y de nuestras comodidades podremos entregarnos con totalidad a la realización del plan de Dios en nuestra vida y así exclamar al final de nuestro peregrinar.
Propósito
Miraré a Cristo crucificado y le pediré perdón por mis pecados y la gracia de corresponder a su Amor.
Diálogo con Cristo
Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero a pesar de mi miseria y de mi pequeñez. Dame la gracia de experimentar en mi vida el inmenso amor que me tienes y no permitas que me acostumbre a verte crucificado. Permíteme corresponder a Tu amor subiendo cada día Contigo a la Cruz por medio del cumplimiento de la Voluntad de Tu Padre. Gracias por morir por mi; Tu sacrificio no será indiferente en mi vida.
"El Dios que nos ha creado por su inmenso amor, y que también por amor nos ha destinado a la plena comunión con él, espera de nosotros una respuesta igualmente generosa, libre y consciente.” Juan Pablo 13 de febrero de 2002
Por: H. Óscar Ramírez | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan 18, 1-19, 42
Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno.» Díceles: «Yo soy.» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.» Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?» Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suero de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Dice él: «No lo soy.» Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina
Oración introductoria
Señor, estás aquí porque yo estoy, estoy aquí porque estás Tú. No me necesitas, no tengo nada que ofrecerte y sin embargo quieres tenerme junto a ti a pesar de mi miseria. Jesús, en esta oración quiero agradarte, quiero ponerme en tu presencia, te quiero amar, quiero experimentar tu Amor; ese amor que hoy se entrega por mi en la cruz y al que quiero corresponder.
Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno.» Díceles: «Yo soy.» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.» Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?» Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suero de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Dice él: «No lo soy.» Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina
Oración introductoria
Señor, estás aquí porque yo estoy, estoy aquí porque estás Tú. No me necesitas, no tengo nada que ofrecerte y sin embargo quieres tenerme junto a ti a pesar de mi miseria. Jesús, en esta oración quiero agradarte, quiero ponerme en tu presencia, te quiero amar, quiero experimentar tu Amor; ese amor que hoy se entrega por mi en la cruz y al que quiero corresponder.
Petición
Señor, dame la gracia de experimentar tu Amor para que pueda corresponderte a pesar de mi miseria.
Meditación del Papa Francisco
Frente a la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos cuánto somos amados eternamente, frente a la Cruz nos sentimos 'hijos' y no 'cosas' u 'objetos', como afirmaba San Gregorio Nacianceno dirigiéndose a Cristo con esta oración: "Si no existieras tú, mi Cristo, me sentiría criatura acabada. He nacido y me siento disolver, como duermo descanso y camino, me enfermo y curo, me asaltan sin número los tormentos, gozo del sol y de cuanto fructifica la tierra. Después muero y la carne se convierte en polvo como la de los animales, que no tienen pecados. Pero yo, ¿qué tengo más que ellos? Nada sino Dios, si no existieras tú, Oh, Cristo mío, me sentiría criatura acabada. Oh, Jesús, guíanos desde la cruz hasta la resurrección, y enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón. Oh, Cristo, ayúdanos a exclamar nuevamente: ayer estaba crucificado con Cristo, hoy soy glorificado con Él. Ayer había muerto con Él, hoy estoy vivo con Él. Ayer estaba sepultado con Él, hoy he resucitado con Él".» (Palabras de S.S. Francisco, al finalizar el via crucis, el 19 de abril de 2014).
Señor, dame la gracia de experimentar tu Amor para que pueda corresponderte a pesar de mi miseria.
Meditación del Papa Francisco
Frente a la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos cuánto somos amados eternamente, frente a la Cruz nos sentimos 'hijos' y no 'cosas' u 'objetos', como afirmaba San Gregorio Nacianceno dirigiéndose a Cristo con esta oración: "Si no existieras tú, mi Cristo, me sentiría criatura acabada. He nacido y me siento disolver, como duermo descanso y camino, me enfermo y curo, me asaltan sin número los tormentos, gozo del sol y de cuanto fructifica la tierra. Después muero y la carne se convierte en polvo como la de los animales, que no tienen pecados. Pero yo, ¿qué tengo más que ellos? Nada sino Dios, si no existieras tú, Oh, Cristo mío, me sentiría criatura acabada. Oh, Jesús, guíanos desde la cruz hasta la resurrección, y enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón. Oh, Cristo, ayúdanos a exclamar nuevamente: ayer estaba crucificado con Cristo, hoy soy glorificado con Él. Ayer había muerto con Él, hoy estoy vivo con Él. Ayer estaba sepultado con Él, hoy he resucitado con Él".» (Palabras de S.S. Francisco, al finalizar el via crucis, el 19 de abril de 2014).
Reflexión
La sangre, los golpes y las humillaciones de la Pasión nos pueden conmover fuertemente, pero no fueron esas las condiciones por las que Jesucristo nos alcanzó la salvación. Las sufrió, sí, pero lo que nos alcanzó el perdón fue la obediencia incondicional al Padre, ese «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad» (Mt 26, 42). En nuestra vida diaria podemos ser redentores con Cristo si nos dedicamos con totalidad a hacer la Voluntad del Padre en nuestra vida. Salvaremos nuestra alma y la de los demás en la medida en que nos entreguemos a realizar lo que Dios quiere de nosotros. Para ello hay que subir a la cruz como lo hizo Cristo, es decir, solo desnudándonos de nuestra soberbia, de nuestra vanidad, de nuestros gustos y de nuestras comodidades podremos entregarnos con totalidad a la realización del plan de Dios en nuestra vida y así exclamar al final de nuestro peregrinar.
Propósito
Miraré a Cristo crucificado y le pediré perdón por mis pecados y la gracia de corresponder a su Amor.
Diálogo con Cristo
Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero a pesar de mi miseria y de mi pequeñez. Dame la gracia de experimentar en mi vida el inmenso amor que me tienes y no permitas que me acostumbre a verte crucificado. Permíteme corresponder a Tu amor subiendo cada día Contigo a la Cruz por medio del cumplimiento de la Voluntad de Tu Padre. Gracias por morir por mi; Tu sacrificio no será indiferente en mi vida.
"El Dios que nos ha creado por su inmenso amor, y que también por amor nos ha destinado a la plena comunión con él, espera de nosotros una respuesta igualmente generosa, libre y consciente.” Juan Pablo 13 de febrero de 2002
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